viernes, 21 de octubre de 2011

Giotto di Bondone - "Lamentación por Cristo muerto"


Giotto di Bondone, 1267-1336, italiano, Lamentación por Cristo Muerto, Fresco en la Capilla Scrovegni, Padua


La poderosa personalidad de Giotto, su espíritu innovador, transformaron la pintura, no sólo en Florencia, sino, en general, en toda Italia, durante los últimos decenios del siglo XIII. Discípulo de Cimabue, estuvo, todavía joven, en Roma, como su maestro, y volvió allí en ocasión del jubileo de 1300. Heredó la fama de Cimabue, y la superó, según consigna el Dante (que fue amigo suyo) en la Divina Comedia ("Purgatorio").

Este prestigio le vino de su capacidad en la composición dramática y movida, de su diafanidad en el colorido, de su riqueza de recursos artísticos y humanos. El conjunto de frescos con que decoró la pequeña capilla que en Padua hicieron edificar, junto a su residencia, los miembros de la familia Scrovegni, presenta escenas de la vida de María y Jesús y un Juicio Final. Se realizaron entre 1304 y 1312, cuando ya Giotto había terminado sus grandes frescos con la Vida de San Francisco en la Iglesia Superior de Asís. 

Esta lamentación resume, elocuentemente, las posibilidades de madura expresión, dentro de una unidad rigurosa del estilo del genial maestro. 

M. Olivar
Cien obras maestras de la Pintura - Biblioteca básica Salvat. 

sábado, 8 de octubre de 2011

Simone Martini, Retrato ecuestre de Guidoricco da Fogliano





Simone Martini, 1284-1344, arte gótico, escuela sienesa, italiano, Retrato ecuestre de Guidoricco da Fogliano, 1328-30, fresco, 340 x 968  cm, Palazzo Pubblico, Siena.

La historia del arte

Las pinturas y las tallas más antiguas que se conocen

Una vez en la antigua Grecia, dos enamorados estaban a punto de separarse. Anhelando algún recuerdo de su amado antes de la partida, la joven dibujó una línea en el muro, siguiendo la forma que de él se formaba a la luz de la lámpara. El resultado fue el primer retrato: la silueta perfecta de un hombre.

Según el escritor romano Plinio el Viejo, esta historia romántica en realidad describe el origen del arte realista. Hay relatos similares en lugares tan lejanos como el Tíbet y la India, sin que ninguno parezca ser cierto. De tal suerte, ¿Por qué, cuándo y dónde empezó el arte realista?
 
Las pinturas más antiguas que se conocen son las que hay en las paredes de las cuevas del hombre del Paleolítico en Francia y España. Se creen que tienen una antigüedad de más de 20.000 años. En muchas se representan animales, lo cual ha dado a los expertos la clave de su significado.

Estas imágenes tenían funciones simbólicas o mágicas. Se piensa que el hombre del paleolítico creía que al pintar la figura de un bisonte atravesado por flechas lograría éxito en la cacería.

En estas imágenes se usaban rojo, café, amarillo y negro, y se pintaban con pinceles o con los dedos. Los pigmentos se hacían con materiales naturales, como el tizón o el hollín pulverizados y mezclados con agua, guardados en huesos y cráneos.

A medida que evolucionó la tradición de la pintura, cambió poco a poco su función y se creyó cada vez menos en las cualidades mágicas de una imagen. Con todo, incluso en este siglo persisten restos de esta creencia prehistórica en el poder mágico de las imágenes, como ocurre en la brujería y el uso popular de amuletos.

A finales del siglo pasado se descubrieron varias tallas en miniatura, enterradas en una cueva en los Pirineos franceses. Dado que son representaciones de mujeres, se las bautizó como “Venus”, pese a que no son hermosas conforme al concepto moderno de belleza. Son figuras muy estilizadas, con cuerpos grandes y protuberantes, y rostros sin rasgos distintivos. La única excepción es la pequeña y delicada cabeza de una joven con cabello largo, más cercana a la idea convencional moderna de la belleza femenina.

Así pues, ¿quiénes eran estas mujeres? ¿Qué fin tenían estas pequeñas esculturas? Pronto se supo que habían sido talladas en marfil de colmillo de mamut por cavernícolas del Paleolítico. Se han encontrado muchas esculturas similares en cuevas de toda Europa. Se piensan que simbolizan a la Madre Naturaleza, que tal vez se le atribuían poderes mágicos, y que se usaban en ceremonias religiosas para propiciar la abundancia de alimentos y la fertilidad.

Se cree que fueron talladas hace más de 30.000 años. Si así fuera, las Venus se contarían entre las esculturas más antigua que se conocen.


¿Sabía usted qué...?, Reader’s Digest, 1990


sábado, 1 de octubre de 2011

Ambrogio Lorenzetti, La presentación en el templo


Ambrogio Lorenzetti, 1290-1348, principios del Renacimiento, escuela sienesa, italiano, La presentación en el templo, 1327-1332, pintura al temple sobre panel, 257 x 138 cm, Gallería degli Uffizi, Florencia

Lo artístico


Los bajos fondos del arte

La cultura occidental entiende por arte toda práctica que, a través del juego de sus formas, pero más allá de él, quiere enfrentar lo real. Sin embargo, en los hechos, el término arte se reserva a las actividades en las que ese juego tiene el predominio absoluto; sólo a través de la hegemonía de la forma se desencadena la genuina experiencia artística. En el arte popular, la forma estética –aun reconocible- no es autónoma ni se impone sobre las otras configuraciones culturales (con las que se entremezclan y se confunde). A partir de este hecho, se considera que el vocablo arte afecta ciertos fenómenos culturales en los que la forma eclipsa la función y funda un dominio aparte, por oposición al terreno de las artesanías o artes menores, donde la utilidad convive con la belleza y algunas veces le hace sombra.
A mediados del siglo XVIII, la Estética se consolida en el curso de un afán emancipador de la forma, expresivo de la concepción autosuficiente del nuevo sujeto burgués como actor histórico privilegiado. La representación artística se desentiende de sus fines tradicionales (usos y funciones utilitarias, rituales, etc.) para centrarse fundamentalmente en la forma estética. El privilegio de la estructura formal del objeto es la base del “gusto estético” entendido como posibilidad de apreciar sensiblemente dicho objeto sin interés alguno, a partir del juego libre de las facultades y la mera contemplación pura y libre; es decir, sin tener en cuenta posibles finalidades prácticas del mismo.
Las artes “mayores” poseen una belleza pura, autónoma y autosuficiente, mientras que las “aplicadas” o “menores” dependen de otros valores y condiciones y carecen de formas que puedan ser valoradas aisladamente.
La cisura corre a lo largo del pensamiento estético moderno. Ella marca los lindes, infranqueables, entre el ámbito sacralizado del objeto artístico considerado como forma mítica y fetichista y las otras expresiones que no cumplen el indispensable requisito de inutilidad que caracteriza la gran obra de arte.  El resultado de tales límites es la marginación de estas expresiones que son relegadas a una zona residual y subalterna que conforma lo que Eduardo Galeano llama “los bajos fondos del arte”. Es que la oposición arte/artesanía no es ideológicamente neutra. En primer lugar encubre ciertas consecuencias derivadas de la mercantilización del objeto artístico. Éste se ha emancipado de su destino utilitario pero no de su función de mercancía, que lo sujeta a nuevas dependencias y funciones provenientes del predominio del valor de cambio sobre el valor de uso. En las sociedades llamadas “primitivas” las expresiones artísticas están al servicio del ritual y portan un valor de uso social. La sociedad contemporánea desritualiza el objeto, subrayando su valor exhibitivo (la mera contemplación artística), pero, paralelamente, sacrifica el valor de uso social y promueve la apropiación privada del objeto devenido en mercancía.
En el Paraguay, como en toda América Latina, la dominación colonial supuso la privación del estatuto de arte a las expresiones indígenas y mestizas. Por supuesto que ni a los primeros conquistadores ni a los misioneros se les pasó por la cabeza que las manifestaciones culturales de los indígenas que habitaban estas tierras pudieran tener valor estético alguno. Sólo vagamente y con un sentido manifiestamente peyorativo se refirieron a prácticas consideradas siempre salvajes y desprovistas de todo valor. Recién desde comienzos del siglo XX la obra de los indígenas comenzó a despertar el interés de los misioneros, etnógrafos, antropólogos y arqueólogos, pero siempre como objeto de cultura material y no como soporte de valores artísticos.
Las misiones jesuíticas desarrollaron en el Paraguay un intenso trabajo de talleres artesanales, pero la idea de considerar artísticas las producciones de los mismos se encontraba al margen de las intenciones de los misioneros. El sistema de trabajo de los talleres de escultura, pintura, retablo o grabado se basaba en la copia de modelos celosamente controlada y, en lo posible, sin margen alguno para la creatividad del indio. En el mejor de los casos, el indio era considerado un buen copista del arte de Europa y su obra tenida por un trasunto imperfecto y degradado de las verdaderas creaciones, cuya aura reflejaba pasivamente desde lejos. 
Es cierto que hoy se tiende a borrar los límites entre el arte y la artesanía, pero promovida desde el centro, esta tendencia no cautela la diferencia de lo popular, la brecha aparece intacta; y si se decide saltarla sin más, el gran arte, aristocrático y exclusivo, se resiste a aceptar en su terreno manifestaciones consideradas de menor categoría y crea dificultades y complicaciones.



Ticio Escobar

Fragmento de El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones sobre el arte popular. Ediciones Metales Pesados, 2008