viernes, 28 de marzo de 2014

Peder Mork Monsted

Peder Mork Monsted (Dinamarca 1859-1941), En la sombra de una pérgola italiana, óleo, 122.5 x 97cm

Sobre Diego Rivera

Diego Rivera

   


La obra de Diego Rivera da cuenta de una vida de trabajo, búsqueda, encuentros, reflexiones y contradicciones. Es la lucha de un hombre por crear un arte propio y original que, más que definirlo a sí mismo, acabó por definir una imagen nacional.
La estética de Diego nacionalista se define a partir de su interpretación de la historia mexicana, de sus grupos étnicos, su paisaje, su flora y su fauna, y se plasma en la columna vertebral de su obra mural, síntesis y origen de su producción pictórica.
La admiración por la capacidad creativa del ser humano, representa en la tecnología y el trabajo organizado del obrero, se resume en los 16 murales producidos durante este período (1931-1933), ocho de los cuales fueron pintados para su exposición individual en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en 1931.
Para Diego Rivera, pintar era un acto tan natural como existir, como natural era la incomprensión general a su extraordinaria obra.
Diego Rivera es el gran artista que supo encontrar en México los elementos esenciales que durante el siglo XX nos han definido como nación. Ese proceso se inició a su regreso de Francia en 1921, tras una dolorosa decisión: renunciar a ser parte de las vanguardias europeas para convertirse en la vanguardia americana.
Su gusto por las “antigüedades” mexicanas, fecundado por la evolución vivida en Europa del romanticismo nostálgico al eclecticismo anecdótico y a la búsqueda en las culturas primitivas de la verdad del objeto artístico, maduraron en él su afán por el reencuentro consigo mismo y con su cultura.
La tremenda experiencia vivida en Nueva York, durante el proceso de realización y destrucción del mural del Rockefeller Center acrecentó su actitud crítica contra el capitalismo, particularmente contra Estados Unidos.
Las largas estancias en California, Detroit y Nueva York, así como su disponibilidad a recibir a otros artistas como asistentes le dieron una presencia incomparable. De costa a costa. Diego Rivera estaba presente en el mundo plástico, al punto de que la trashumancia más activa entre ambos lados del río Bravo se dio en la década de los treinta, y esto, en gran medida, por venir a buscar al ideólogo y creador del renacimiento mexicano.
Las condiciones dadas después de la quiebra del mercado de valores de Nueva York en 1929 marcaron situaciones, donde las posibilidades de los artistas de ambos lados de la frontera se hicieron de alguna manera semejantes, al extremo de que la administración de Franklin D. Roosevelt creó un programa de apoyo a los artistas (Work Progress Administration, del Federal Art Project), basado en la experiencia de los artistas mexicanos.
A su regreso a México en 1941, Diego Rivera se dedica al desarrollo de la pintura de caballete, creando sus famosas series de alcatraces y vendedores de flores. Los retratos de niños y mujeres ─principalmente indígenas─, y de personajes de sociedad se vuelven cada vez más frecuentes, consolidando un aspecto más de su muy personal estética.
En completa disonancia con las nuevas tendencias de la pintura a nivel mundial, cuya orientación es dominada por el expresionismo abstracto, y mejor dibujante que nunca, en la década de los cincuenta se cierra el círculo creativo de Diego Rivera. El 24 de noviembre de 1957 muere Diego Rivera, dejando tras sí una pléyade de dolientes seguidores y una infinidad de tristes copistas.
Las aportaciones estéticas de Diego Rivera son las mismas que la de todos los grandes artistas. Pensando en el revolucionario, el artista que afanosamente estudió a sus predecesores no sería justo menos que decir que no es un escalón más en el lineal desarrollo ascendente de la historia del arte, sino otro eslabón que le da fuerza y cohesión en todos sus extremos a esa cadena de esfuerzos que conforman todos los grandes maestros.

Agustín Arteaga (fragmentos)