sábado, 17 de diciembre de 2016

Procedimientos metadiscursivos

El artista en su vida metadiscursiva


Las vanguardias históricas incorporan un conjunto de procedimientos metadiscursivos “de autor” que complementan y compensan el autismo de su producción, pues ella cuestiona todo rasgo interno que permita su definición como obra de arte. A la fuerte presencia de los manifiestos se agregan en la década del sesenta otros metadiscursos en la instancia productiva, como las invitaciones a eventos en el caso del arte de acción. En él aparece también la propia figura del artista en presencia, que –como decíamos- autentica la existencia de lo artístico cuando no hay obra de arte en términos canónicos. De modo que si una obra se reconoce por algún tipo de marca de la figura del autor, cuando en ella esa marca no existe, gana la escena la figura misma.
El procedimiento que en el arte de acción suplanta o corrige el borramiento de la figura de autor con la presencia del artista en el acontecimiento como garante de su “artisticidad”, en otros casos contemporáneos se realiza por otros modos, que mantienen la presencia del artista como representación, pero construida profusamente en la vida metadiscursiva más que en la propia obra.
Uno de los casos emblemáticos de un arte que, sin abandonar los soportes y técnicas pictóricas, borra toda marca autoral en ellas, es el del artista pop norteamericano Andy Warhol. Su obra niega la figura autoral por dos vías: la primera –que no es constante- es el borramiento de la huella material de la hechura, de la tarea artística; la segunda, dada por otra operatoria, es la incorporación de temas y procedimientos constructivos “extraartísticos”, es decir, tomados de la publicidad o del discurso informativo, por ejemplo. En este caso se mantiene el objeto obra pero desaparece toda referencia interna a su autor como creador. Sin embargo y de modo inverso al artista del arte de acción, su presencia está garantizada por la profusa vida metadiscursiva en la prensa.
Oscar Traversa (1984) definió la existencia de un “cine no fílmico” en las críticas, entrevistas, colas y publicidades que inscriben al film en un género y guían su consumo social. En la década del sesenta, la figura del artista, aún cuando desaparece como tal en su producción, es reconstruida en lo que se podría definir –parafraseando a Traversa- como “arte no artístico”: al igual que muchos de sus retratados -Marilyn Monroe, Mao Tse Tung, Jacqueline Kennedy- Warhol es una figura pública de frecuente presencia en el discurso informativo de su época (prensa, televisión) y, por supuesto, en los numerosos autorretratos que se cuentan en su obra.
Si bien los ejemplos anteriores confirman la paradoja planteada por Schaeffer y Flahault de la promoción social del artista plástico en el momento en que su obra se convierte en efímera o incluso en “inmaterial” o -dicho al modo de Barthes, cuando ha muerto la definición histórica de artista- su figuración en el metadiscurso informativo, presenta tensiones permanentes entre el sostén de la figura ya muerta y el advenimiento de la figura post-mortem. Si parte de los actores de la escena del arte en los medios defienden con su obra y su palabra esas figuras que vienen de un pasado exitoso, los críticos que impulsan las corrientes artísticas de vanguardia, los que sustentan una palabra teórica que analiza esa emergencia sincrónica incluso desde lo medios de prensa no especializados, y los artistas en su nuevo estatuto crítico (Koldobsky 2002), dan visibilidad a un artista que sólo puede caracterizarse como creador individual y pleno cuando media la ironía, luego de la muerte del artista como sujeto que crea de la nada y que instituye con su obra las verdades que -para uno de los Romanticismos-, otros campos de la vida social como la religión, la ciencia e incluso la política, demostraban no poseer.
La figura que en el metadiscurso crítico de la prensa se presenta en tensión con ese artista post mortem que están construyendo las vanguardias en la década del sesenta, se caracteriza por un rasgo que más que remitir al artista creador recurre a su antecedente histórico: el artesano. Gran parte de los pintores construidos por el metadiscurso de la década  tematiza como central en su actividad el placer del contacto con la materia, el gusto por el trabajo manual. La misma época que sentencia la muerte de la pintura presenta una figura que no reivindica la creación –ante el embate de la vanguardia eso ya no es posible- sino la construcción de un objeto y el saber hacer del pintor, el oficio. Las fotografías suelen mostrar a este artista trabajando en su taller y vestido con mameluco de obrero, de modo que parte del espectro de figuras de artista que construye la prensa de los sesenta, se busca en un pasado todavía anterior al de la emergencia del artista creador. 



Daniela Koldobsky

La figura de artista cuando se anuncia su muerte, 2003

 



lunes, 15 de agosto de 2016

Pinturas de la antiguedad


Pintura prehistórica y antigua


Las pinturas más antiguas que se conocen fueron realizadas en las paredes de las cuevas que servían de abrigo a la especie humana hace 30.000 años, durante el periodo paleolítico. Hay muestras del arte paleolítico en emplazamientos de Europa occidental, del África sahariana y del sur, y en Australia. En algunas zonas, como el litoral mediterráneo, el desarrollo de la pintura continuó en el periodo neolítico.







Pinturas rupestres


Las pinturas que se conservan en las cuevas de España (Altamira) y del sur de Francia representan, con increíble exactitud, bisontes, caballos y ciervos. Estas representaciones están realizadas con pigmentos extraídos de la tierra, compuestos de diferentes minerales pulverizados y mezclados con grasa animal, clara de huevo, extractos de plantas, cola de pescado e, incluso, sangre; se aplicaban con pinceles hechos de varitas y juncos o se soplaban sobre la pared. Estas pinturas debían desempeñar una función en los rituales mágicos, aunque no se conoce con certeza su naturaleza exacta. Por ejemplo, en una pintura rupestre de Lascaux, Francia, aparece un hombre entre los animales junto a varios puntos oscuros; aunque su exacto significado permanece desconocido, demuestra la presencia de una conciencia espiritual y la capacidad de expresarla por medio de imágenes, signos y símbolos.






Pintura egipcia


Hace más de 5.000 años los artistas egipcios empezaron a pintar los muros de las tumbas de los faraones con representaciones mitológicas y escenas de las actividades cotidianas, como la caza, la pesca, la agricultura o la celebración de banquetes. Igual que en la escultura egipcia, prevalecen dos constantes estilísticas. En primer lugar, las imágenes, más conceptuales que realistas, presentan los rasgos anatómicos más característicos, combinando las vistas frontales y de perfil de la misma figura; en segundo lugar, la escala de las figuras indica la importancia de las mismas, y así el faraón aparece más alto que su consorte, hijos o cortesanos.



Pintura minoica

Los minoicos decoraron con pinturas realistas, de gran viveza, las paredes de sus palacios en Creta y también la cerámica. Por ejemplo, el famoso fresco El salto del toro (c. 1500 a.C., Museo de Heraklion, Creta) recrea un juego ritual entre personas y un toro. La vida del mar era un tema frecuente, como en el fresco que representa a un delfín (c. 1500 a.C.), que se encuentra en las paredes del palacio del legendario rey Minos, en Knósos, o en el jarrón del pulpo (c. 1500 a.C., Museo de Heraklion), una vasija globular sobre cuya superficie ondulan los tentáculos de un pulpo, que definen y realzan su forma. 



Pintura griega

Con excepción de algunos fragmentos, no hay vestigios de los murales griegos. Sin embargo, las representaciones naturalistas de escenas mitológicas en la cerámica griega pueden arrojar alguna luz sobre cómo era esa pintura de gran formato. En la era helenística, las escenas y motivos representados en los mosaicos son también probablemente el eco de pinturas monumentales realizadas con otras técnicas que no han llegado hasta nosotros. 

Detalle de dos bailarines de la tumba del Triclinio
en la Necrópolis de Monterozzi - 470 a.C


Pintura romana

Los romanos decoraban sus villas con suelos de mosaicos y exquisitos frescos representando rituales, mitos, paisajes, naturalezas muertas o bodegones, y escenas cotidianas. Los artistas romanos conseguían crear la ilusión de realidad, utilizando la técnica conocida como perspectiva aérea, mediante la que se representan de forma más borrosa los colores y contornos de los objetos más distantes para conseguir efectos espaciales. En las excavaciones realizadas en las ciudades de Pompeya y Herculano, que quedaron enterradas por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era, se ha recuperado una colección de pintura romana, tanto civil como religiosa. 



Pintura paleocristiana y bizantina

Las muestras de pintura paleocristiana que han llegado hasta nosotros datan de los siglos III y IV y son los frescos de las catacumbas, en los que se representan escenas del Nuevo Testamento, cuya característica son ciertas estilizaciones y convencionalismos artísticos procedentes del mundo clásico. Por ejemplo, Jesús aparecía como el Buen Pastor, con una figura adoptada de las representaciones del dios griego Hermes; para simbolizar la resurrección se representaba la historia de Jonás liberado de la ballena, según el Antiguo Testamento. Entre las obras más extraordinarias de este periodo paleocristiano se encuentran los mosaicos del siglo VI de las iglesias de Ravena, Italia, destacando los de San Vital, en los que están representados temas tanto espirituales como profanos. Las figuras estilizadas y alargadas que decoran las paredes de la iglesia, vistas casi de frente, miran al espectador con los ojos muy abiertos y parecen flotar ingrávidas y atemporales.

Esta presentación poco terrenal pasó a ser característica del arte bizantino y el estilo quedó vinculado a la corte imperial cristiana de Constantinopla, que perduró del año 330 al 1453. El estilo bizantino aparece también en los iconos, pinturas convencionales sobre tabla, destinadas al culto, que representan a Jesucristo, la Virgen y los santos. En los manuscritos miniados tanto de textos laicos, los textos de Virgilio (siglo IV o principios del V, Biblioteca Vaticana, Roma), como de escritos cristianos (el Salterio de París siglo X, Biblioteca Nacional, París), se aprecian vestigios del estilo grecorromano.


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